Solsticio de Invierno

 

Empecé a concebir este artículo en el corazón de un centro comercial venido a menos, en el que cada año por estas fechas torturan a los trabajadores con una larga letanía de villancicos indescifrables a modo de hilo musical. Las calles abarrotadas de gente, consultando en los escaparates qué presentes pueden llevar para cumplir con el impuesto familiar, y éstos respondiendo con montañas de papel y lazos rojos y dorados, de bombillas y cables, de quilos y quilos de plástico fallidos en su intento de parecer ramas de abeto, o incluso golosinas. Niños chillones, padres histéricos... no es de extrañar que para muchos estas festividades se conviertan en una tortura. Si tratamos de rescatar los vestigios de la antigua celebración del Solsticio Invernal, debemos en primer lugar apartarnos del enorme armazón barroco y vacío que nos acecha como un monstruo en cada esquina, desde finales de noviembre, para derrumbarse inmediatamente en montones de basura tras la última vigilia del consumo navideño. 

Encerrada en una taquilla, mis ojos desesperados fueron a parar a una bombilla. A una sola bombilla medio oculta entre el plástico verde, y todo lo demás pareció fundirse alrededor… y empecé a recordar un tiempo en el que todo era diferente.

Un recuerdo vivo de largas noches, de momentos silenciosos en los que la calma era como un manto envolvente, aspirando el olor del árbol, de la tierra húmeda, cargada de añoranza por el bosque; contemplando con fascinación aquellos ínfimos y cálidos resplandores que hablaban en su propio lenguaje a lo más profundo. Un pesebre  que era un bosque en miniatura, por el que mi gata se paseaba como una reina giganta; un pesebre que con los años vio desconcharse las humanas figurillas al tiempo que aumentaban los ganados, la fauna salvaje, la vegetación, el agua... Noches llenas de expectación porque una noble visita acontecería en la fecha señalada. Lo que apresaba mi alma infantil no eran los regalos, sino sus portadores, entrando en silencio en el hogar para dar su bendición. Todo lo demás, era parte de un mundo que no me pertenecía más que de paso, era lo que ahora llamaría formalidad, y entonces agobio.

Insistía mucho en que el árbol tuviera raíces, para poderlo replantar; en que las guirnaldas no lo atosigaran, en que no lo ahogara el calor de la estufa… en cuidarlo como a un huésped señorial. El árbol es en sí un símbolo de continuidad, de renacimiento; si uno tiene la suerte de poder replantar su árbol de Yule, descubrirá en la primavera que han surgido de sus ramas, de su tronco, tiernas yemas de un verde claro; al año siguiente éstas se habrán endurecido, sin diferenciarse de sus predecesoras, para que nuevas yemas puedan brotar con la nueva primavera.  Es el secreto del árbol, pero muchos otros se entrelazan en sus ramas como preciosas guirnaldas. Yo no sabía por entonces que me encontraba ante un descendiente del viejo Yggdrasil, el Fresno de la existencia.

Yggdrasil, el árbol sagrado de la mitología Nórdica (pero no exclusivo de la misma), es en realidad la plasmación, en una única y poética imagen, de un orden universal.

El gran fresno está habitado en su cima por una gran águila, por su tronco corre la ardilla Ratatosk, y bajo sus ramas cuatro potros mordisquean sus yemas, tres son sus raíces principales;  una se extiende hacia el reino de los dioses ases, y allí se encuentra la fuente Urder, donde nadan los padres de la raza de los cisnes, y con cuyas puras aguas riegan las Nornas el árbol. Las Nornas que deciden el destino de todas las criaturas, y que en realidad son muchas más que tres, descendiendo en algunos casos de elfos, incluso de enanos. También aquí se dirigen los Dioses para presidir  el juicio.

Otra raíz se extiende hacia el reino de los Gigantes, y allí se encuentra la fuente de Mimmer, en la que se halla la sabiduría, y en la que el mismo Odín dejó en prenda su ojo para tomar de ella. La tercera se extiende hacia el reino del frío y las tinieblas, roída por incontables serpientes (según versiones dragones) entre las que se encuentra Nidhurg. 

Heinrich Niedner[1],  en su recopilación de Mitos Nórdicos (1915), escribe acerca de Yggdrasil una reflexión muy cercana a la meditación;

Sus raíces son roídas por las serpientes y unos potros muerden sus ramas, pero sin embargo el árbol inmortal se mantiene en pie y florece de año en año (…) hunde profundamente sus raíces en el reino de Hela o de la Muerte; su tronco alcanza las alturas del cielo, y extiende sus ramas sobre todo el universo.(…) Sus ramas, con sus florecimientos, y sus caídas de hojas – acontecimientos, sufrimientos, acciones, catástrofes-, se extienden a través de todos los países y de todos los tiempos. ¿Acaso cada una de sus hojas no es una biografía, cada una de sus fibras un acto o palabra? (…)Pero el árbol no es todo el símbolo; está ligado con las grandes aguas, con la transparente fuente (…) y a los ríos turbulentos que circulan en las entrañas de la tierra. Mientras que la calma firmeza del árbol y el ruido monótono del viento a través de sus hojas invitan al espíritu a reposar, la incesante actividad de las diferentes especies de animales que se alimentan de sus ramas nos recuerda la Naturaleza, que jamás reposa y jamás se fatiga. El árbol suspira y muge bajo su peso; los animales se mueven en él y a su alrededor (…) cada especie tiene su sitio y su destino (…) y mientras todas están activamente ocupadas, las gotas de rocío caen para refrescar la tierra y el corazón del hombre. (…) Hay varios que lo vigilan y lo cuidan; unos seres más elevados lo protegen (…) todo lo que posee vida (…) tiene su morada en este árbol y su trabajo para realizar.” 

La imagen de Yggdrasil articula una cosmovisión en la que nada queda excluido, un orden perfecto en el que cada elemento tiene una función propia, coordinada con el resto, en el que los aspectos positivos y negativos se equilibran. Enlaza el cielo desde sus alturas insondables, con la profundidad más oscura; lo que está por venir con lo que fue primero, y enlaza las diferentes especies de la naturaleza; animales, espíritus y dioses. Enlaza también este macrocosmos con el microcosmos de un solo humano, representando el mundo interno del humano, los arquetipos que pueblan su psique.

Este recorrido que realizamos al contemplar el gran árbol, cuyo espíritu encarna también el árbol de Yule; esta toma de conciencia de que hay un lugar adecuado para cada elemento, en el que cumple una función necesaria; este viaje o flujo de comunicación, de lo elevado a lo profundo, de lo interior a lo exterior, de lo común a lo propio, de lo viejo a lo nuevo, y a la inversa, es un ejercicio que, de uno u otro modo se ha practicado comúnmente entre los ocultistas. Lo vemos de un modo más cercano en la práctica del enraízamiento (grownding); pero también podríamos observar su esencia, bajo unos signos muy diferentes, en la llamada Cruz Cabalística de la práctica ceremonial. Yggdrasil es un símbolo del orden que se mantiene por el equilibrio, una poderosa imagen para aprender a centrarnos, a profundizar y a crecer, para interactuar de un modo sano, útil, y sabio, con nuestro entorno. Es un lugar sagrado en nuestras almas al que nos podemos acoger, y encontrar todo cuanto nos es necesario para seguir adelante.

Prestar atención a este antiguo símbolo puede ser un buen momento para empezar a ver los árboles de otro modo, en especial para todos aquellos paganos/as que no han encontrado aún la manera de “conectar” con ellos.

Bajo las ramas del Gran Árbol, viejo como el Mundo, en las noches cercanas a Yule se llevan a cabo batallas rituales,  en las que los hombres adoptan el rol de fuerzas naturales, para estimular y asegurar el cambio estacional. De estas batallas nocturnas, derivan a buen seguro las escenificaciones rituales en las que el Dios del Año Claro asesina a su hermano, Dios del Año Oscuro; pero aún anterior a éstas,  encontramos la costumbre de los Benandanti (s.XVI-XVII), de los que habla Carlo Ginzburg[2], según la cual, estos benandanti se desdoblaban para llevar a cabo una lucha con las malvadas stregoni (brujas), para asegurar las cosechas, en fechas señaladas (y coincidentes con los grandes momentos del ciclo anual celebrados en el paganismo actual). Del mismo modo, del año 1961, en Livonia, datan las actas de un juicio a un hombre lobo, Thies[3]. Describiendo un proceso similar, el viejo Thies aseguraba que tres veces por año, en las fechas de Santa Lucia (cercana al solsticio de Invierno), San Juan (cercano al solsticio de Verano) y Pentecostés (Primavera), los hombres-lobo descendían a los infiernos para recuperar el grano robado por los brujos y llevado por éstos al Diablo, para impedir que se perdieran las cosechas. Si bien puede sorprendernos que en ambos casos brujas y brujos sean calificados de maléficos; podemos deducir que el éste nombre asignaba simplemente un rol, mientras que los benandanti y los hombres lobo (seres con las mismas o muy similares características desdoblamiento, metamorfosi, capacidad de desplazarse en el astral) encarnarían el rol opuesto. Tras cincuenta años de presión Inquisitorial los benandanti, que en principio se describían como cristianos, acabaron definiéndose a sí mismos como brujos. Mircea Elíade[4], vio en ellos la continuación de las posibles batallas rituales que describíamos al principio. En mi opinión, el hecho de que tanto el hombre lobo Thies, como los benandanti se definieran como cristianos y aliados de Dios en contra de las brujas y el Diablo, responde a la voluntad de identificar sus acciones como benéficas para la comunidad, según el canon ético de la época que vivieron, aun cuando las raíces de sus poderes y roles se remontaran a una época tan ajena y lejana a los mismos que creaba confusión incluso entre sus contemporáneos. Una época lejana, en la que los de un lado y los de otro hubieran sido dos equipos enzarzados en un mismo juego, en lugar de dos tradiciones opuestas.

Más adelante volveremos a hablar de movimientos nocturnos, pero prestemos ahora atención al centro del huracán, a la “noche de paz”…  Modranicht, La noche de las madres, “Es la noche dedicada al misterio de la maternidad, dejando presentir esta gran experiencia del renacimiento del Sol saliendo del abismo del mundo, del seno maternal de todo ser”[5]. Por este renacer se apagan viejas luces y se encienden otras nuevas, a partir del tronco de Yule que arde desde el atardecer hasta el alba, a partir de la llama del hogar, rodeada por el clan, festejada por los más cercanos de los nuestros, y se encienden también velas por aquellos que están lejos, sabiendo que dondequiera que estén una llama hermana nos responderá bajo el frío cielo. 

Este cuidado de la aún pequeña y débil luz queda perfectamente representado en la construcción de farolillos y lámparas, así como en el uso de éstos, y de antorchas, para la tradición de la "llamada a los reyes" que trataremos más adelante. Hoy en día, con la electricidad y la ostentosidad de los adornos se ha perdido, tal vez, el valor de esa primera llama surgida en la noche más larga del año, en el momento de mayor oscuridad.  Son fechas de festejos, pero hay un momento en el centro en el que todo se debe detener, como muestra de respeto, y dar paso a la silenciosa contemplación del Misterio. La llama del nacimiento debe estar envuelta de oscuridad, pues es en la vasta oscuridad del útero, en la profundidad de la Tierra, en el negro del infinito Universal, dónde surge la Luz Primera; tal es el misterio al que debemos nuestra propia vida, y la de todo cuanto amamos y nos rodea. Tomar minutos sin contarlos, para desplazarnos fuera del tiempo y volver nuestros sentidos hacia lo Grande. Aquello que en realidad merece ser reverenciado.

 Pero el nombre de Modranicht, “La noche de las Madres”, no deriva necesariamente del concepto de una Gran Madre[6], como podríamos pensar, sino tal vez de las Tres Madres. Estas imágenes se han conservado en costumbres populares y leyendas. Estas Tres Madres son las ancianas Visitadoras de niños, a quienes nuestros pequeños ancestros esperaban con la misma expectación con la que los niños de nuestra generación esperaron a su correspondiente Padre Noel o Reyes Magos. A estas Tres Madres, cuyas reminiscencias podemos encontrar en las tres hadas del cuento de la Bella Durmiente, les era consagrado cada nacimiento, y en especial la noche del solsticio de Invierno; ellas aportaban sabiduría a hombres y mujeres y bendecían con sus dones a los recién nacidos y a los niños del hogar. Las amas de casa, en las noches sagradas, tenían como deber disponer la mesa para ellas, con viandas y cubertería, bebida y vasos, para que las Tres Hermanas, como también se las llamaba, pudieran saciarse. Se las llamaba también las “Perchten" (luminosas), y las “Grandes Consejeras”. Es posible que sus características de sabiduría, poder de concesión de dones y trinidad, a las que se añade la fecha de su festividad principal, hayan sido desplazadas hacia los “Magos de Oriente”, de quienes en principio se desconocía el número, para pasar a ser los “Tres Reyes”.

A su vez, el origen de estas Tres Madres, se remonta al culto a las Matronae, divinidades femeninas, germánicas y celtas. Se conservan numerosos altares votivos y piedras gravadas, en toda la región del bajo Rin, pero también en Inglaterra, Francia, Italia e incluso España. Presentan rasgos comunes y pertenecen todas a época pagana ( desde mediados del s.I d.n.e hasta el V), bastantes se agrupan en lugares de culto, sin tener un paralelo en la religión romana.

Las matronas suelen tener nombres que hablan de sus poderes; unas atorgaban bienes materiales, otras sabiduría (y magia), otras sanación, otras protección, otras tenían a su cargo una región, o unos individuos concretos (con el devenir del tiempo algunas se convirtieron en espíritus tutelares, de una familia o clan). El culto a estas diosas tiene un amplio sustrato germánico, pero articulado sólo localmente; este sustrato incluye la imaginería de la “Diosa Triple”, el grupo formado por la anciana, la mujer casada en edad fértil, y la joven soltera. El culto a las Matres es en multitud de ocasiones, un culto plural a unas deidades femeninas, en un grado de mayor o menor especialización, o definición; se trata de Diosas que tal vez no destacan en los relatos de la mitología oficial, pero que resultan mucho más cercanas y presentes entre las personas[7]

Escribe acerca de ellas Enrique Bernández[8]: “No me cabe duda alguna, pese a lo insuficiente de nuestras fuentes, de que germanos y escandinavos ponían parte de las esperanzas de renacimiento de la naturaleza, de la fertilidad y la riqueza de su poblado en la acción de unos seres más bien indefinidos excepto en su carácter esencial y exclusivamente femenino. Los ritos y sacrificios serían simples, caseros, realizados seguramente en la granja familiar (…) y habría sacrificios especiales como el nacimiento de un niño, como atestigua su pervivencia en el folklore”.

En ocasiones, a estas deidades femeninas múltiples se las relaciona con nombres derivados, posibles invocaciones o epítetos a grandes Diosas, como Freya. En esta línea merece la pena relatar la historia de la Frau Holle, encargada en época pre-moderna de vigilar a las chicas en sus tareas, y considerada un espíritu familiar. En ciertas épocas del año, especialmente en Navidad, la señora Holle deja su marisma para hacer su Visita, castigando la pereza y la negligencia o bien premiando el fuerzo y buen hacer. Algunos veían en ella el devenir de las antiguas Diosas Frigg, o Hertha (la Tierra-Madre). En su Mitología del Rin[9] (1860), de X.B. Saintine, se recoge la historia según la cual, tras el advenimiento del cristianismo, la antigua Hertha se habría refugiado en una isla, hasta que un sacerdote del antiguo culto propiciara su regreso; éste iría a buscarla con un carro al que Ella subiría, y entonces recorrería el mundo, repartiendo bienes y consuelos.

El origen de la historia no se especifica, y tal vez, incluso fuera un invento del autor de la compilación, o de alguna de sus fuentes. No obstante, es una prueba del conocimiento de las antiguas Diosas, y su pervivencia en el recuerdo de los hombres y las mujeres, muchos siglos después de su esplendido reinado. El relato de Hertha exiliada parece contener un cierto grado de añoranza, y hace pensar en quién podría estar pensando en “un sacerdote del antiguo culto” que la trajera de vuelta. Casi un siglo antes de que se  produjera el surgimiento de la Wicca moderna a manos de Gardner, parece ser que ya se preparaba lo que podríamos llamar un importante “caldo de cultivo” para el retorno del paganismo o, al menos, de algunos de sus elementos y personajes.

Ahora, compilemos algunos detalles que pueden parecer significativos. Según los Farrar[10], el diminutivo de Santa Claus, San Nicolas, es Nick  Nick fue empleado como nombre para el diablo, era también uno de los nombres de Odín. San Nicolás no conducía renos, sino un caballo, como Odín. También según los Farrar, en Italia, el lugar de Santa Claus lo ocupa Befana, una bruja que sobrevuela la noche del 5 de enero, en su escoba, para dejar regalos a los niños. Por otro lado, a las Tres Madres (que derivan de las Matres, a las que se relaciona con valquirias y normas) se las llama Perchten, y Frau Holle cumple una misión similar. Hertha está destinada a volver sobre un carro, desde el que repartirá también sus bendiciones.

Odín, Perchta y Holle, son algunos de los nombres que recibe el líder (femenina o masculino, según la región) de la Armada Nocturna, de la Hueste Salvaje, de la que hablábamos ya en Samhain. Decía el obispo Burchard en su Correcteur, ou bien Médecin, hacia el año mil de nuestra era; “Ciertas mujeres afirman deber, por necesidad y por orden, hacer esto: algunas noches, ellas deben cabalgar sobre una bestia, con la tropa de demonios de apariencia femenina, y que la superchería popular llama Holda (las Bienveillantes[11]), y ellas forman parte de su compañía...[12] Sumemos a todo esto el relato de las batallas rituales de Benandanti y el relato del viejo hombre lobo Thies; y encontraremos, tal vez, el origen de las “cabalgatas de reyes” y la verdadera naturaleza de los Visitadores de Yule.

Volvamos a maravillarnos del núcleo numinoso de nuestros aliados en las sombras, luces pequeñas, pero inextinguibles, como brasas que aguardan el momento de reavivar el fuego, en la noche más larga y más oscura. Ellos están ahí, siempre lo han estado, en perpetua agitación, fieros guardianes del Gran Árbol de la Existencia, y amorosos, no obstante, con sus criaturas. Parece ser que Yule es una ocasión propicia para reunirnos con los familiares. No me refiero sólo a los consanguíneos o políticos, sino a los genios, hadas, y espíritus varios que velan por nosotros. Esos que tal vez llevan años susurrándonos sin ser oídos, persiguiéndonos a través de las generaciones entre el ajetreo de nuestra vida mundana. Tal vez vaya siendo hora del feliz reencuentro

Y de volver a escribir cartas, en las que definamos nuestros objetivos y deseos.

Esto por sí mismo, nos ha de ayudar a clarificar nuestra mente, y dirigir con más destreza nuestras energías a un propósito concreto, en lugar de andar lamentándonos por ahí porque no logramos nada de lo que creemos que nos proponemos (y en realidad sólo dejamos pacer por nuestra mente). Pero bueno, puede también que después de esto nos encontremos con ayuda extra, como una agilización en los trámites, una serie de afortunadas coincidencias, y ese tipo de cosas cuyos hilos mueven suaves y translúcidas manitas (o patitas).  

Este artículo empezó rememorando mi propia infancia, y, como vemos, muchas de las sensaciones y sentimientos aquí presentados corresponden a una naturaleza infantil, no por inmadura, sino por inocente. Un universo aún libre de dulcificaciones o adornos superfluos, en el que las luminosas bendiciones brillan en la oscuridad, como maduran las bayas entre las zarzas. En este orden de cosas, vale la pena recuperar la noción del juego, como medio para plasmar la creatividad y el mundo interior al que vamos accediendo a medida que recuperamos los lazos sagrados que nos unen a la naturaleza, a la divinidad, a nuestro ser íntegro, que tiembla de emoción por vivir.

Recuerdo muy bien, que cuando era pequeña, una vez recogiendo leña en el bosque, encontré un gran tronco caído, cuyas ramas se me antojaron patas. Era demasiado grande para meterlo en la chimenea y usarlo de Tió[13], pero de todos modos lo arrastré como puede hasta la parte trasera de la casa. Decidí que era algo así como un animal salvaje, así que le puse algún nombre como “Reno” o “Caballo salvaje” y pasé muchas de las horas de luz sobre él, imaginando que cabalgaba (ahora veo que tenía más sentido del que hubiera pensado). Se me ocurre que es un buen momento para dejar que los niños entren bastones en casa, para confeccionar escobas o, si tienen habilidad, monturas más elaboradas. 

Otro juego es el único un ritual que he heredado de mi familia natural, se trata de un entretenimiento inventado para la noche de reyes que seguramente no cuenta con más de dos generaciones de antigüedad[14], y que también sólo ahora puedo relacionar con fuentes más profundas, cobra un nuevo sentido para mí.

La noche de reyes, después de ver la cabalgata tradicional, llevábamos a cabo nuestra propia versión de la misma. Se apagaban TODAS las luces; todos en fila de a uno, cogiendo al de delante de la cintura, por orden de edad, de modo que el menor de los integrantes guiaba la comitiva, con un farolillo en el que prendía una pequeña vela. Recorríamos las habitaciones de la casa, cantando una cancioncilla popular (una invocación) a los Reyes[15], primero con voz suave, luego subiendo el volumen, hasta volver al punto de partida. Encendíamos las luces, aún no había pasado nada. Nuevamente apagábamos las luces, repitiendo la operación, cantando más alto, y entonces caían dulces del cielo. Y al abrir las luces de nuevo había algunos delicadamente depositados en mesas, camas y sillas. La tercera vuelta era ya apoteósica, nos desgañitábamos cantando, pisando los caramelos que no había dado tiempo de recoger, y esquivando los que caían con cierta violencia. Cansados ya, encendíamos de nuevo la luz, recogíamos los dulces más valiosos, y nos íbamos a dormir contentos, no sin antes dejar pan y agua para las monturas, sabiendo que los reyes no se iban a perder buscando nuestra casa, y expectantes… porque luego vendrían en persona.

Eso era lo que yo viví en mi infancia. Todos los familiares mayores y los jóvenes que ya habían descubierto el secreto se ponían el abrigo para la ronda,  porque en los bolsillos llevaban los dulces que lanzaban al aire… pero los pequeños de la casa no caían en ese detalle. Recuerdo perfectamente que me costaba de creer que algo así fuera posible, pero yo lo veía, lo tocaba, era real! (He aquí un truco de ilusionismo de los que funcionan). Para colmo, consultando con los compañeros de escuela, parecía ser que los reyes sólo dejaban caer sus mágicos caramelos a domicilio en mi casa, pues ellos tenían que conformarse con los de la calle. Cuando creces, la cosa no pierde gracia, es la excusa ideal para hacer el salvaje un rato, gritar como un descosido, y, de paso, como quien no quiere la cosa, tirarle algo a la cabeza a aquel familiar que en la última reunión te dijo algo que no te gustó nada. Basta con invocar a los visitantes correctos, y hacerse a la idea de que las próximas tres semanas vamos a estar barriendo trocitos de caramelo barato.

Pero veamos la parte ritual del juego; Luces apagadas, sólo una luz, la del nuevo nacimiento, la llama de Yule, haciendo la ronda para bendecir nuestro hogar y sus integrantes. Disposición en séquito, por orden generacional, los mayores son aquellos de los que venimos, ellos guardan nuestro pasado y apoyan las nuevas generaciones; guía el menos, con la luz de un nuevo principio, del futuro que está por venir. Tenemos un séquito, una pequeña hueste salvaje en miniatura, espantando con ruido a los malos espíritus (como en los rituales de inicios de año entre los romanos) e invocando a los Visitantes, los protectores, para que dejen caer sobre nosotros su bendición de abundancia. Al acabar, las ofrendas respetuosas a estos visitantes, y por supuesto, a sus monturas. Y, finalmente, un momento de recogimiento y paz, para honrar a nuestros ancestros, nuestros protectores y guías, y el Gran Misterio de la Existencia.

 

Vaelia Bjalfi, 14 Diciembre 04

 

 

POSDATA

Pretendía escribir un artículo breve, tal vez una hoja o dos… esta es la octava. A medida que escribía, consultaba las fuentes y recordaba, muchas ideas y reflexiones han venido a mi encuentro, más de lo que pueda añadir en una posdata. Sin embargo, no quiero omitir una reflexión que me ha estado persiguiendo insistentemente. Yule es el momento estacional, en el que, en la hazaña del descenso al Inframundo, debemos encontrar la luz, el tesoro, el objeto de nuestra búsqueda. En lo más oscuro. Como el viejo Thies y sus camaradas lobos, recuperar el grano robado, si es preciso arrebatándoselo al mismo Demonio y a su corte infernal. Los lobos de la narración de Thies salían del infierno molidos a palos.

Es un momento en el que se nos pone a prueba, porque ha llegado el momento de tener el suficiente valor para enfrentar lo que hemos venido a buscar. Muchos se dan cuenta de que no imaginaban que era lo que ven ahora ante sus ojos. Algunos iniciaron el camino por hacer algo, y llegan a este punto transformados por el caminar. Otros, que lo han perdido casi todo en el camino, ahora recuperan mucho más de lo que jamás tuvieron. Puede que los partieron a la búsqueda del objeto de su deseo, encuentran la respuesta a su verdadera necesidad. Y puede que los que salieron al encuentro del conocimiento, encuentren algo que cueste un buen trabajo asimilar. Siempre hay un premio para los que siguen un sendero, para los que no abandonan, muchas veces este premio es también una prenda a pagar, y un garante de que aún queda mucho por recorrer.

En cualquier caso, este no es un momento definitivo. No basta con dispersar la semilla, hay que cuidarla, hay que guardarla, hay que acompañarla en el peligroso tramo que conduce a la realización. No hay recompensa sin esfuerzo, y a veces, el esfuerzo por él mismo no basta, si no se acompaña de efectividad. No hay que dar nada por hecho. Por ello nuestros ancestros celebraban ritos con la intención de asegurar por todas las vías posibles incluso la salida del sol, tras la larga noche.

El tesoro, la luz de Yule, encontrada o recuperada en el fondo del Inframundo, es como el oro de las hadas, que puede fundirse como nieve al sol al volver a la Tierra. La luz del solsticio debe agarrarse firmemente y sin vacilaciones; ella nos convierte en vigías, mientras corremos a la superficie antes de que se desvanezca la magia. Tomemos un tiempo para recuperar fuerzas, para agarrar bien fuerte, para apresar nuestro tesoro, para impregnar de él cada pedazo de nuestro ser. En el camino de vuelta pasaremos la feroz prueba de la primavera, en la que deberemos cruzar el nimbo neblinoso de los pudiera ser, para llegar a tierra firme, a los simplemente es, al mágico “Está Hecho”.

 

A MODO DE BIBLIOGRAFÍA MUY RECOMENDADA

Mientras oteaba algunas webs para acabar de confirmar algunos de los datos del escrito que acabo de presentar, di con una fantástica recopilación en español del libro del gran historiador Ginzburz “Historia Nocturna”. En él encontrareis más sobre la relación de las Matres con la Anciana Armada, y otros datos que he ido presentando en varios artículos al respecto de la Hueste Salvaje y su relación con las prácticas extáticas de la antigua Europa. (No dudo de que sea mi premio de Yule, espero que la disfruten tanto como pienso hacerlo yo).

 http://club.telepolis.com/meugenia1/oscura_religion.htm

 


NOTAS:

[1] Mitos Nórdicos, Heinrich Niedner, ed. Edicomunicación, Barcelona, 1997. p.27-44

[2] Les Batailles Nocturnes, Sorcellerie et rituels agraires en Frioul, XVI-XVIIe siècle, Carlo Ginzburg, Ed. Verdier, Lagrasse, 1980

[3] Hadas, Brujas y Hombres Lobo en la Edad Media, Claude Lecoteux, Ed. José de Olañeta, Barcelona, 1999. pp.199-206

[4] Drawing Down the Moon, Margot Adler, ed. Penguin Books, col.Arkana, USA, 1997. p.55

[5]La Noche de las Madres”, J.O.Plassmann, 1942. Recopilado por Edwidge Thibaut en La Orden SS, Ed. Hispanoamericanas, Buenos Aires, 2001.

[6] Existe también el término “Mondranich”, de hecho la palabra tiene diversas grafías dada su extensión geográfica y cultural. La festividad está documentada por Beda el Venerable (672-735) en la Britania pagana. También se usa para denominar un pastel popular, y se ve traducido como “Madre de las Madres”. En ocasiones se relaciona con la Diosa Modron.

[7] Este es el rol que más tarde encarnaría la imagen de María Virgen, llegando a recuperar la trinidad con las corrientes de teología medieval que hablaron de la familia materna de Jesús, según la cual Santa Ana, madre de María, se habría casado tres veces, María Virgen, pues, tiene dos hermanas también llamadas María, y juntas se las llamó “las Tres Marías”.

[8] Los Mitos Germánicos, E. Bernárdez, Ed.Alianza Editorial, Madrid 2002, pp.145-149

[9] Mitología del Rin, X.B. Saintine, Ed. Edicomunicación, Barcelona, 1998. pp.189-190.

[10] Los ocho sabbats de las brujas, Janet y Stewart Farrar, Ed. Equipo Difusor del libro, Madrid, 2003, p.148-149

[11] Vamos a traducirlo como “las que velan por nuestro bien “, o “las buenas vigias”. Expresan una cualidad de un grupo femenino, como sucedía con los nombres que recibían las Matronae.

[12] “La Fin de la Pensée Sauvage” , FOSSIER, R. : Le Moyen Age , ( vol. II,  L’éveil d’Europe.)

Ed. Armand Colin, Paris, 1982  pp. 62-69

[13] El Tió es una tradición popular navideña; consiste en un tronco al que se caracteriza con rasgos humanos, y se introduce parcialmente en la chimenea. La víspera de Navidad los pequeños de la casa lo golpean con palos, levantando chispas, hasta que suelta los caramelos. (Admiremos la agilidad y el saber hacer de los padres, tios y abuelos que dejan allí los caramelos).

[14] La tradición de "llamar a los reyes" sí es antigua, se emplean para ello farolillos, o ramos de hierbas aromáticas encendidas a modo de antorchas, hay gran variedad de canciones para la ocasión, me refiero con el comentario a la forma de celebración concreta que aquí expongo. A nadie se le hubiera ocurrido algo así en la posguerra, salvo que tuviera vergonzosas cantidades de dinero, que no era precisamente el caso.

[15] Traducido no rima, algo así como “los reyes vienen de la montaña, traen juguetes para los niños, los reyes vienen de oriente, no traen nada para los niños malos”. Es la popular de mi ciudad.