Equinoccio de Otoño

Primer Aniversario de Perro Aullador

 

En las últimas semanas a penas se ha visto movimiento en Perros Aulladores, pero así como el río discurre, aún en aguas subterráneas; mi presencia debe ocultarse como la luna nueva, se alejándose de lo visible, para realizar otros trabajos, en otros planos. Nada se detiene. He estado aquí todo el tiempo, tras mi propia cola, observando, trabajando, escuchando cuentos de los que aprender…

 Regresa el otoño y, con él, las últimas carreras para recoger los frutos de la cosecha de la que tenemos que abastecernos durante el largo invierno, una cosecha que ha sido, un año más, escasa en bienes comerciables y generosa en enseñanzas. Densas nubes cubren los cielos, entre las que se abren paso los rayos dorados del Sol de esta estación. Se anuncia la Tormenta, que calmará la sed de unos campos terriblemente fatigados.

 Pensamos, a menudo, en la cosecha como en la explotación de un dominio; un trabajo, unos frutos, una belleza y un conocimiento recaudados de paso, entre la urgencia y la precariedad. Queremos hacer tantas cosas, que agotamos nuestros propios recursos, los nutrientes de la Tierra, maltratada por el sol devorador del estío, poblada de semillas dañadas por estar acunadas en un invierno sin sueño… Hasta que nos vemos obligados a dejar los campos en barbecho, y a quemar los rastrojos; pero no es suficiente para su lenta recuperación, y es necesario volver a cultivar, dado que las reservas de años anteriores son escasas… Se sabe que los cereales producen este efecto en los campos; y las legumbres justo lo contrario. Así pues, es el momento de plantear, a nivel interno, si es necesario un cambio de cultivo, y escoger en consecuencia aquel que, nutriendo el suelo, acelera su recuperación y mejora las condiciones para acentuar la producción de la tierra, al tiempo que permite seguir obteniendo alimento al sembrador, y a las bestias que con él trabajan los campos. Pero antes hay que recoger lo posible, y quemar los rastrojos, cavar y remover a conciencia el lecho de tierra que acogerá las nuevas semillas, hacer lo mismo con nuestra conciencia, y estar preparados para lo que pueda surgir de bajo las piedras… y siempre, siempre respetar los límites agrestes que rodean nuestros campos.

 Regresa el Otoño, y, con él, la oportunidad para hacer una nueva toma de posición, y la oportunidad de decidir aplicar todo cuanto se ha aprendido a lo largo del ciclo, antes de que este se cierre, antes de descender al inframundo y dar cuenta a nuestra alma por nuestras acciones y pensamientos. Conocimiento reciente y al tiempo viejo, que se desgrana en las horas solitarias y silenciosas del día; y se hace difícil recabar en palabras al finalizar las duras jornadas de Septiembre. Pero que ahí está, sigue y permanece en la despensa de la memoria y volverá para aderezar el festín dorado y rojo de la Segunda Cosecha.

Es también el inicio de un tiempo consagrado al hogar, a la familia, a los más allegados. Se dice “cada casa es un mundo”; y lo cierto es que quién tiene una hogar, un lugar seguro, un clan, por reducido que este sea, tiene más que si poseyera un universo entero. Hay una belleza y una fuerza en el hecho de trabajar por un hogar, por su creación y su mantenimiento, y su bienestar, que es el nuestro. Sea éste simbólico o real, el hogar es el punto de partida, y el lugar al que siempre podemos regresar, en el que podemos recuperarnos, para volver a salir al mundo, y el lugar dónde compartiremos nuestras vidas, y el lugar en el que transmitiremos nuestro legado a los que han de venir. Siempre sabemos hacia dónde vamos cuándo tenemos un hogar; el tronco más crece cuando más profundas son sus raíces.

Un hogar es un refugio, un castillo, una fortaleza inexpugnable cuyas murallas nacen en el corazón de la tierra y se extienden más allá de los cielos, que vierte fuego líquido sobre los invasores que pretenden penetrarla... pero a los seres amados, se les canta el camino, y ellos lo oyen en el murmullo de las aguas y en el soplo del viento entre las hojas, entre el alba y el crepúsculo, de modo que podrían seguir el sendero secreto con los ojos cerrados. Es un buen momento para cuidar del hogar, y tomar conciencia de lo que realmente éste es, dentro y fuera de nosotros.

Pero hay otro Espíritu en Otoño, más antiguo que las cosechas, en el bosque, la fuerza y la fiereza; el Ciervo. Con la primavera perdió sus viejas astas, surgiendo las nuevas de  cubierta aterciopelada que el Verano ha secado. Las frota insistentemente contra los árboles para desprenderse de ella y prepararse para la época de apareamiento. Ahora  sus nuevas astas están completas, con una ramificación más... su lomo y su cuello están cubiertos de un denso pelaje, cuando en el atardecer otoñal alza su cabeza, ornada con majestuosa cornamenta, para bramar atrayendo a las hembras y desafiando a los adversarios que osen cruzar el límite de sus territorios, más violento que nunca.

 Como el Ciervo podemos  reencontrar una nueva imagen en el reflejo calmado y oscuro del lago. Mabon trae, en ocasiones, a lomos del viento el aroma de Samhain, cuando en la lejanía resuenan los cuernos de caza. Un ligero arañazo cruza mi rostro… recordándome que es tiempo de lucha desde la salida hasta la puesta del Sol. Mis ojos brillan. “Padre, Tu Amor es un Arma en mi mano; es la piel del animal que me envuelve como una Coraza”. Despierto como de un largo sueño, al cruzar el Umbral; despierta mi sangre, fluyendo roja y salvaje; y nuevos son mis oídos y mis ojos, mi tacto y la vibración de mi voz. Calada por completo de una nueva conciencia... me estremece un temblor de largo tiempo antes conocido, una ligera fiebre que se apodera de mi cuerpo y mi alma, golpeados y dulcemente vencidos por el Deseo.

Hay un tiempo de Tormenta aguardando aquellos que quieran bramar como el trueno y blandir sus armas como rayos, en la oscuridad de los cielos. Hay un tiempo para la calma dorada del atardecer, para el viento suave que mece los árboles, y el lento cambio de color de las hojas. El Otoño es hermoso.

 En un momento de calma, miro atrás, y no me arrepiento de nada. Me hallo contemplando el presente, he realizado algunos cambios, algunas transformaciones, he cometido errores y aciertos, coincidiendo o radicalmente en contra de expectativas propias y ajenas.  He añorado, sobretodo en los momentos más difíciles, mi antigua existencia; no era mejor, ni más segura, era sólo diferente, poblada aquí y allá de sus propias verdades y espejismos. Pero esa sensación se ha ido, casi imperceptiblemente… como debe ser. Ahora, cuando tantas cosas han pasado a depender de decisiones y capacidades, nunca infalibles, ahora que cada paso es un riesgo que debe ser asumido, siento más agradecimiento que nunca a la Vida, por todo lo que me rodea, por todos los que me rodean, aún en la distancia, como un abrazo cálido, firme y noble.  

                                                                                                                                             Vaelia Bjalfi

24 de Septiembre del 2004