Máscaras
de la ética y ética de la máscara
(extracto
de Souffle du Dragon, J.L. Colnot)
Debemos
comprender profundamente que el camino de la iniciación no es ni
racional, ni exclusivamente irracional; es supra-racional. Del mismo
modo, no es ni amoral ni exclusivamente moral; es supra-moral. En este
caso, vemos las cosas de manera completamente diferente, sin moralismo :
El sol se pone. Nadie pregunta al transeúnte si está de acuerdo con
que el sol se ponga; ni le preguntan si esto está bien o mal. Sin
embargo hay que reconocer que esta verdad de la iniciación es tan
profunda como peligrosa. Puede ser malentendida. Así, es posible
sentirse autorizado para hacer cualquier cosa y entender muy mal
palabras como las de Crowley, el famoso “Haz lo que quieras”. ¿Puede
ser que confundamos de buen grado lo irracional con lo supra-racional,
lo amoral con lo supra-moral ? Por otra parte, no es raro que la
incoherencia tome por justificación el carácter supra-lógico del
Despertar. En la historia de las ciencias esotéricas no faltan
comportamientos aberrantes justificados a través de reivindicaciones
supra-morales. Este es un tema delicado. Uno puede hacer cualquier cosa
bajo el pretexto de la "sabia locura" o bajo un pretexto de
superación de lo convencional. Por otra parte, lo mental encuentra
siempre justificaciones para todo, incluso para lo injustificable.
El
iniciado no está precisamente para darnos reglas de conducta y una
moral. Como Gurdjieff, hace falta notar por otra parte que : “
El concepto de moralidad no es nada general. Lo que es moral en China es
inmoral en Europa; lo que es moral para una clase social es inmoral para
otra, y viceversa. La moral es siempre y en todas partes un fenómeno
artificial”. A lo que Evola añade: “Se sabe de la manía de
moralizar que toma hoy en día proporciones realmente inquietantes.
Muchos han llegado a no dudar en absoluto de que el “hombre moral”
es el ideal humano, y que “moralidad” y “espiritualidad” son prácticamente
la misma cosa. No hay que sorprenderse entonces de que el ocultismo no
esté exento de esto, ni que se anuncien las más fantasiosas hipótesis
acerca de lo “blanco”, “negro” o “gris” de la Magia, sobre
el aspecto “sano” o “malsano” de los métodos esotéricos (...)
que deben, según ellos, imponerse en el marco de un verdadero
ocultismo.” (UR et KRUR 1928 p.l16) Es cierto que esto arrastra
menos seguridad interna puesto que las tradiciones de carácter mágico
nos dejan solos frente a frente con nosotros mismos, no nos dan ningún
medio para tranquilizar nuestra inquietud de estar del lado de "los
buenos". Pero abundan en muchas tradiciones mágicas, ya sean del Tíbet
o de Egipto, las palabras que dicen que el camino no es moral o amoral.
Estas palabras son comunes en Longchempa como en Don Juan de Castaneda.
E incluso en el cristianismo se levantaron voces para denunciar a los idólatras
que creían que los ritos y la moral eran suficientes para la salvación
de sus almas...
Más
explosivo y directo, U.G. llegó a afirmar que: “ A veces me ocurre
que llego a los extremos diciendo que es posible que esto succeda a un
violador, a un asesino, a un presidiario, a un estafador... sin duda
exagero. Esto puede pasar, sí. Yo no lo sé, pero es posible. El estado
natural no tiene nada que ver con los códigos de conducta; no tiene
ninguna relación con la “moral”. Por lo tanto no es “inmoral”,
es imposible para él ser inmoral. Su tipo de conducta puede entrar
hasta cierto punto en el cuadro del código religioso y moral. Pero un
hombre así es un peligro. Tanto más peligroso que no se ajusta al
cuadro social” (RENCONTRES AVEC UN EVEILLE CONTESTATAIRE, p 108).
Conviene,
de todos modos, comprender esta actitud libre de las contingencias
morales ordinarias, puesto que no se trata en absoluto de transformarla
en justificación del vicio, del hedonismo o de la “esclavitud a los
sentidos”... ya que, de todas maneras, estas cosas ya están
plenamente justificadas. El insondable Lao Tseu escribió en el Tao Té
King : “Todo el mundo toma el bien por el bien, es en esto que
reside su mal”. Pero a continuación de esto, el Dragón no se
deja necesariamente llevar a la perversión y el exceso, a menos que él
celebre la santidad de esto. Él no solo se entrega a las simples
apariencias del bien. A veces, no vacila en presentarse de forma
desagradable y maleducada. ¡Poco importa la idea que se tenga de él!
Él es él mismo. Se cree entonces que es malvado aún cuando manifiesta
su bondad a través de su extraordinaria fidelidad a sí mismo y su
ausencia de autoengaño. Hay ciertas virtudes más falsas que los vicios
que denuncian... Fidelidad a Aquello que Es, sin ninguna concesión. Lao
Tseu bien lo sabia, cuando escribió “las palabras agradables no son
verdad”. Él no cayó en la trampa de la apariencia del bien y del
mal. Preguntó solamente a aquellos que se cerraban en el juicio, en el
dualismo convencional: “¿En qué se diferencian el bien y el
mal?” (Tao Té King). De todos modos, la actitud del Dragón chino
está lejos de ser inmoral. Es supremamente impecable, aunque a veces
parezca no tener nada que ver con nuestras convenciones. Lao Tseu no
predicó ningún exceso, él precisó que la vía del cielo se
abre a los hombres de bien, que no siempre son los que imaginamos. Según
Lao Tseu, el mal es lo que rechaza al Tao, mientras que el bien es lo
que le favorece. Aquí estamos muy lejos de la moral socio-religiosa.
En
la antigua tradición egipcia, el jeroglífico de la montaña dividida
en dos por un valle indicaba la noción de mal, cuyo nombre es “Djou”.
Otra palabra indicando el mal y la falta, “asfet”, procede de
“asf” que significa el acto de cortar y separar. Se ve que en estas
dos expresiones de la noción egipcia de mal, la idea de separación y
división es la que domina. Estar dividido respecto a uno mismo, seguir
una norma exterior que instaura la lucha en nosotros y agota nuestra
energía interior no sirve para nada. Antes que nada, es preferible
estar a la escucha de lo que uno es, no dividirse, ser amigo de uno
mismo. En ocasiones se nota que entre los egipcios la pareja bien-mal es
siempre expuesta como relativa. No es nunca absoluto, por más que lo
crean los moralistas. Además, el jeroglífico del valle separando la
montaña muestra que al nivel de su base, la montaña no está cortada;
sigue siendo una.
Por
lo que al bien respecta, el jeroglífico egipcio propone también dos términos.
El primero, “nefer”, se refiere a la plena eclosión y a la
intensidad de vida. Así, el “nefer”, el bien de la semilla es
convertirse en flor. Un animal es “nefer” cuando alcanza la plena
madurez vital y sexual, cuando se expresa y se realiza en la totalidad
de su vida. La otra palabra del bien, “maâ”, expresa sobretodo la
conformidad a un tipo fundamental. Un animal es “maâ” cuando
muestra un tipo muy puro de su especie, sin mezclas, cuando expresa
todas las características ligadas a lo que es, al tipo que representa.
El zorro no es un águila, ni el pez una nube. Uno no puede reprochar al
zorro que no vuele como el águila. Esto no es un defecto. Él es “maâ”;
y está bien. Incluso cuando mata a la gallina para alimentarse, está
bien, es su naturaleza. Igualmente, del mismo modo que la tierra nos
alimenta, es legítimo, justo y bueno que pueda temblar, convertirse en
amenaza y matar. Ella actúa conforme a su naturaleza, ella es buena.
Hay por tanto erupciones volcánicas que matan a cientos de personas. La
tierra no corresponde a nuestra idea totalitaria de bien, que es
necesariamente vaciada de la cruda verdad. Pero ¿Podríamos vivir
nosotros si la tierra no fuera la tierra en toda su integridad? La
tierra puede matar. Esto está dentro del orden de las cosas. Pero por
lo que se refiere a nosotros, es a penas si somos concientes de que para
vivir estamos obligados a matar animales y peces. Sin duda nuestro modo
de vida moderna ya no nos deja hacer el trabajo sucio ni conscientizarlo.
Nosotros hemos olvidado la naturaleza cazadora de nuestra divinidad.
Confiamos el trabajo sucio a los mataderos porque esta dimensión de la
vida nos perturba. No queremos verla, hasta olvidar lo que sin embargo
hacemos. Aun así los Dragones reconocen el mundo incluso en sus
aspectos más “feos” y “duros”. En el arte floral Japonés, si
una rama no es hermosa no es por esto descartada del ramo. Ella siempre
tiene su lugar, un lugar en el que dará belleza al conjunto, dónde
ella expresará su propia belleza y será revelada.
En
el Egipto faraónico, el bien es, para cada uno, el hecho de ser la
expresión integral de sí mismo, según su propio tipo, su propia
forma, su propio modo, su propio lugar, conforme al Ser que es. Esto
no tiene nada que ver con la moral. Se trata solo de un conocimiento
inmediato, del reconocimiento de la corriente del Dragón.
Esta
corriente del Dragón, al igual que sus "valiosos tres
contenidos", acarrean consecuencias éticas que conviene subrayar.
Se trata, pues, de palabras que los Dragones no pronuncian jamás. No sólo
porque ellos no se creen en derecho de decirlas, sino sobretodo porque
ellos saben muy bien que es nefasto y fuera de propósito querer imponer
lo que es a otra persona.
Estas
palabras que nunca pronuncian son las que se relacionan a los códigos
de conducta ; algunos escriben que debemos ser vegetarianos, otros que
es necesario mantenerse en abstinencia sexual, o incluso que no fumemos.
Pero estas palabras nunca se pronuncian en el cuadro de iniciación del
que yo hablo, puesto que yo fui aceptado tal cual. Nadie me prohibió
nada. Es en este sentido que si bien la tradición del Dragón es la
tradición de uno MISMO, llama también a cada uno POR SU PROPIO NOMBRE.
Ante las narices del Dragón, nadie buscará modificar la conducta de
otro. Nadie os va a decir que hay que hacer para estar del lado de los
buenos. No hay un modelo que seguir y al cual nos debamos someter. Si es
esto lo que buscamos, es inútil proseguir. Es preferible en estas
condiciones orientarse hacia las tradiciones religiosas que cumplen
perfectamente con este rol. Podremos entonces continuar este camino a la
búsqueda del papá o mamá que nos dirá que esto está bien y que esto
está mal. Pero sobre todas esas cuestiones, el Dragón permanece
silencioso. Su corriente implica el respeto a todo lo que cada uno es en
sí mismo, según su propia vía y su propio modo. No obstante, si un día
debe suceder algún cambio, éste vendrá de nosotros y no de una
autoridad exterior.
Los
maestros del Dragón no son maestros. Ellos no son objeto de ningún
culto en particular y son seres muy ordinarios que rechazan siempre
ejercer cualquier autoridad o imponer su nombre. Ellos sólo son
maestros en virtud de su habilidad para cabalgar sobre el Dragón. Pero
ellos permanecen como todos a lo largo del transcurso iniciático,
ninguno reivindicará un Despertar personal para imponerlo a otros. No
es así como sopla el Dragón.
...Pero
por ahora, lo repito, las palabras que nos dictan un modelo de conducta,
no las entenderemos al vuelo. Nadie se creerá autorizado a decir tales
cosas porque sólo hay un Maestro al que nos debamos someter, un Maestro
que está más cerca de nosotros que nuestros pies y nuestras manos, un
Maestro que somos nosotros. No estamos aquí para cumplir la moral o
encerrarnos en líneas de conducta exterior. Esto sólo pertenece a cada
uno, no puede brotar de otro lugar que nuestro corazón, en plena
libertad. ¡En la vía del Soplo del Dragón hace falta recordar que
somos libres! Será, pues, inútil ir a buscar ante el dragón lo que él
no nos puede ofrecer.
Es
por esto que, antes de proponernos un modelo a seguir y una moral que
nos haga sentir seguros, el Dragón se permitirá preguntarnos: ¿En qué
consiste este deseo constante de obtener un modelo seguro que nos
permita etiquetar todos nuestros actos clasificándolos en “buenas
acciones” y “malas acciones”? ¿Porqué buscamos sin descanso un
plan de vida? ¿Porqué sentimos siempre esta necesidad de recurrir a
normas de conducta? Esta pregunta que nos hace el Dragón es más
valiosa que todas las normas de conducta que escucharíamos vanamente
sobre el camino.
Comprendo
que uno pueda sentir la necesidad de verificar su conducta e intentar
conformarla con cierto modelo. Pero esta actitud interior es sin embargo
muy extraña. Es un rechazo al despertar. Se nos hace difícil
comprender que exista otra manera de vivir, más abierta, libre de toda
manipulación, de todo esquema preconcebido. Es a veces a causa de esta
incomprensión que regresamos una y otra vez a buscar las fronteras
conocidas, perseverando en el modelo ideal que nos servirá de criterio
ético.
A
pesar de esto, en el momento en que afirmamos poder descubrir un plan
secreto, una norma específica y detallada que nos dirá como vivir en
el futuro o como apreciar y juzgar nuestras experiencias, nosotros
caemos en el juego favorito de la ilusión de seguridad. La búsqueda de
una ética pertenece a este tipo de comportamiento. El espacio nos
aterroriza y la necesidad de señales se hace cada vez más urgente.
Tenemos mucho miedo a la libertad y la norma, el plano secreto que nos
permitirá etiquetar nuestros actos, constituye una garantía contra
todo intento de explosión iluminadora.
La
raíz de esta búsqueda de seguridad moral que quiere que se nos dicte
una norma para todo acto no nace tan solo de nuestro miedo hacia la
libertad, sino también de la angustia hacia nuestras propias pulsiones.
Esta es la razón por la que me parece más importante, antes de ponerse
a buscar un plan ético general del universo, tomar conciencia del
terrible miedo que tenemos hacia nuestras propias pulsiones interiores.
El moralismo procede de este miedo a nosotros mismos. Aquí, el Dragón
no propone respuestas. Él nos reenvía a nosotros mismos, y empieza a
descubrir nuestro paisaje interior.
Nosotros
quisiéramos ser santos y maestros iluminados, quisiéramos disponer del
Despertar y de la Piedra Roja, aspiramos al cuerpo de gloria y a la
inmortalidad, pero somos vulgares animales sometidos a las azarosas
pulsiones del cuerpo. Ahora bien, esto nos aterroriza. No sólo la
libertad del Dios interior nos paraliza sino que el animal que hay en
nosotros crea un pánico interior innombrable. Estas son las dos cosas
que nosotros rechazamos: lo animal y lo sublime, Dios y Satán. Pero a
decir verdad, estos dos elementos rechazados son uno. Sólo nuestro
pensamiento los separa. No se trata, entonces, de otra cosa que
proyecciones superlativas de aquello que somos.
Todas
las cuestiones éticas que se plantea el “espiritualista” tienen su
raíz en este miedo hacia las pulsiones. ¿Qué vamos a hacer con estos
movimientos internos que nos incomodan tanto? ¿Cómo nos libraremos de
ellos? ¡Nos dan una imagen de nosotros mismos tan opuesta a la del
"espiritualista"! Nos empujan también a creer en las máscaras
que proyectamos.
Tratamos
nuestro cuerpo y sus necesidades como si se tratara de un demonio y su
corte ; no nos damos cuenta de la sabiduría natural que yace en él,
del esplendor de nuestros instintos, de la belleza de nuestros
“vicios”. Y creemos que si nos dejamos llevar por él, esto
arrastrará terribles conductas. Ahora bien, nuestra relación con el
cuerpo es extremadamente importante. Es el primer lazo que tenemos con
el mundo, y con nosotros mismos. Nuestra actitud paranoica frente al
cuerpo delata nuestro miedo hacia el mundo y hacia nosotros mismos. Más
que ser amigos con nosotros mismos, diabolizamos el cuerpo.
El
hombre tiene miedo del animal que yace en su interior. Sin embargo, el
animal no es como el hombre. Es portador de una sabiduría natural
fundamentalmente buena y respetuosa de las leyes universales. El animal
mata para comer, ¡pero el hombre comete crímenes sin nombre! ¿Dónde
está el peligro?, ¿En el animal o en la mente (mental) del hombre? Los
Padres de la Iglesia dicen que no es el cuerpo del hombre el que peca,
sino su alma. Pero no se puede decir que los Padres hayan entendido
correctamente esto, ellos que se esforzarón durante siglos por inculcar
el odio hacia el cuerpo y el mundo. A partir de estos aspectos, el
cristianismo es un traumatismo, una cosa que os convierte en perversos y
crueles porque la doctrina misma es catastrófica y frustrante.
Sin
embargo, si cruzando la carretera un coche llega a toda velocidad, no
somos nosotros quienes dominamos al cuerpo. Sin pensarlo, nos
encontramos indemnes en la cera de enfrente, porque el cuerpo se ha
hecho cargo de la situación. Si nuestro pensamiento hubiera
intervenido, nos encontraríamos en la cama de un hospital. El cuerpo
tiene una sabiduría interna que es conveniente aprender a escuchar.
Acusarle de todos nuestros males es una actitud completamente falta de
sabiduría. Pero ya que hemos sido educados para desconfiar del cuerpo,
lo tratamos como a un esclavo, lo diabolizamos, así como a las
sensaciones y placeres que suscita. El hecho de que un hombre espiritual
pueda sentir placer nos parece inconcebible. ¿Y si el Dragón nos
dijese que el Despertar no consiste en otra cosa que disfrutar? Que todo
en él es placer trascendente, que comer es una sublime beatitud, que
caminar es puramente orgásmico, que en la ausencia de deseos de apego y
desapego no hay nada más poderoso para girarnos hacia el Único que el
solo placer de vida que Él nos inspira? San Juan de la Cruz explicaba
que, cuando las cosas sensibles nos elevan hacia una beatitud celestial,
es señal de que hemos comprendido porqué el mundo ha sido creado. Añadió
que si las cosas sensibles nos alejan de Dios es porque no hemos
comprendido bien los fines últimos de la creación y no sabemos todavía
como usarlos con sabiduría. Incluso en una religión tan poco sensual
como el cristianismo encontramos este mensaje. Pero su cumplimiento es
mucho más poderoso y glorificado en la visón que tenían las
sociedades pre-cristianas, fueran galesas o griegas. Es el poder del
paganismo animarnos a reconocer la naturaleza espiritual del sexo, del
instinto, de la naturaleza, de la animalidad.
Nuestras
categorías mentales condicionadas han decidido que los placeres del
cuerpo no pueden ser espirituales y nos alejan de Dios. Incluso cuando
nos llamamos paganos. Desconfiamos de tal manera que rompemos nuestra
unión con el cuerpo. No se trata de otra cosa que un objeto que
pertenece al propietario que nosotros somos. ¡Otra vez un virus muy dañino
en la memoria muerta de la computadora humana! ¿Pero quién es este
propietario que creemos ser? ¿No se apoya él en ese cuerpo que olvida?
Vemos de nuevo un corte en dos. Está el cuerpo, y está su señor, el
maestro que lo habita. Este maestro no es nuestro ser verdadero sino sólo
la idea. Es el pensamiento el que se ve enemigo del cuerpo. Tal vez
porque sabe que el cuerpo es mortal y él bien quisiera convencerse de
que no morirá!
Los
instintos sexuales del cuerpo plantean ante lo mental el más
preocupante de los problemas. ¡Quisiéramos realmente poder controlarlo
todo! Nuestros pensamientos no cesan de inventar leyes sobre nuestros
instintos y pasamos el tiempo etiquetándolos, juzgándolos. Los
condenamos y reprimimos: “un espiritualista no debe sentir estas
cosas”. A causa de nociones moralistas que les son asociadas, las
pulsiones sexuales son las más problemáticas para el pensamiento de
muchos sujetos espirituales, condicionados por una visión cristiana de
que es o no es la espiritualidad. El pensamiento intenta dictar sus
condiciones a la energía sexual. No quiere dejarse hacer, dejarse
llevar a alguna cosa que, por naturaleza, se le escapa completamente. Y
el ser racional cree siempre que todo lo que se le escapa es malo. Tal
es la manera como el “espiritualista” establece lazos de amistad
consigo mismo y el mundo.
Es
un dragón -- en el sentido más peyorativo -- el que se esconde tras
ese caballero y su hermosa armadura blanca ! El cuerpo diabolizado,
frente a este déspota, este dictador cerebral. El cuerpo es el enemigo.
¡Expresa necesidades tan diferentes de las del pensamiento! Pero ese
caballero blanco y moralista ¿se trata del alma inmortal que considera
el cuerpo mortal ? ¡No, del todo ! ¡Pues este déspota espiritual es
el mismo que pretendo aniquilar con mi virtuoso ascenso espiritual ! Me
complazco en este rol de dictador mental que quiere controlarlo todo,
someterlo todo, adaptarlo todo a la imagen de si mismo. Y si pongo el
diablo de cara en el cuerpo, es para poder considerarme mejor, como
estando del lado de los buenos, del lado divino. Por lo tanto, en el
fondo, hay un sufrimiento enorme. El hombre se detesta... y detestará
al hombre libre.
La
ética absoluta que querríamos encontrar existe ciertamente. Pero si
ella existe, no es en el pensamiento donde la encontraremos. Si el Dragón
nos da una línea de conducta, él sólo entretendrá la división que
hay en nosotros, y esto no nos será de ninguna utilidad. En cambio,
parece urgente, antes de cualquier otra cosa, observar la manera como se
comporta nuestro pensamiento en relación con nuestras pulsiones. Es con
esto que convendría empezar. Antes que querer inmediatamente reducir al
cuerpo a la esclavitud, empecemos por ver el mecanismo de nuestro
pensamiento moralista, aquel que es prisionero del bien, o, por lo
menos, de nuestra idea de bien.
Esto
significa también que tomemos poco a poco conciencia del mensaje: Yo me
hago creer que estoy encadenado porque tengo miedo a la libertad. Si
fuera realmente encadenado no tendría miedo. Pero si tengo miedo, es
porque sé muy bien que soy la libertad misma, la última libertad! Y
esto es lo que me asusta. Ved entonces porqué el Dragón no cree en
nuestro sueño! El mensaje de nuestra creencia en el sueño es el
despertar!
El
único consejo que me puedo permitir dar en el asunto a mi compañero de
ruta es este: Haz sólo una cosa. Según tu sentido común, dejate
inspirar por la pequeña voz que hay en ti. Puede ser que al principio
esta pequeña voz sea tan débil que no la podrás oír. Ella se expresa
a través de la batahola de tus condicionamientos, de aquello que te ha
sido impuesto desde el exterior desde tu mas tierna infancia. Pero tarde
o temprano estos condicionamientos dejarán espacio a la abertura y la
pequeña voz resonará en ti con claridad. ¿Cómo sabrás que esta
pequeña voz es la del Maestro interior? Es muy simple: esta pequeña
voz no juzga ni condena. Ella es como Jesús ante la puta. Ella es amor.
Y como dijo Crowley, Amor es la Ley. John Everard escribió que el
descubrimiento de este Maestro interior concilia la ética y la libertad
por el amor. No hay otra ley que el amor: “Deja en libertad al
hombre que ha encontrado en él el Guia viviente, y que él neglija
entonces lo exterior, ¡si puede! Del mismo modo que dirias a un hombre
que ama con todo el corazón a su mujer: “eres libre de agitarla, de
hacerle daño, o de matarla, si quieres” ”. El hombre que ha
encontrado en él mismo la fuente de todo amor no necesita reglas ni
otras leyes que el amor. Él es enteramente libre de hacer lo que quiera
y lo que haga estará bien. Porque él está a la escucha de su
naturaleza, de lo que es, él sabe perfectamente lo que es bueno o malo
para él. Él lo sabe en cualquier caso mucho mejor que si se contentará
en seguir las normas de conducta impuestas por otros. ¡Encontrar este
lugar antes que partir a buscar modelos a seguir! ¡Ir a lo esencial!
Acordarse de la fuente de amor y sabiduría que hay en nosotros, de la
fuente que es el único verdadero Maestro.
Las
proyecciones morales desempeñan un rol abrumante cuando uno empieza a
acercarse al Dragón. Puede suceder al inicio de la relación, que ésta
carezca de franqueza y espontaneidad. Incluso cuando se nos ha dicho que
no hay Maestro ni modelo de conducta a seguir, seguimos comportándonos
como si enfrente de nosotros hubiera una autoridad o alguien que nos
juzga. Se nos hace muy difícil superar este estado puesto que tememos
ser vistos. Disimulamos encarecidamente todo aquello que no corresponde
a lo que creemos conocer acerca de la ética espiritual. Por lo tanto,
uno lee muy fácilmente en nosotros. ¡ El Control de Estado nos pesa
hasta en los cojones! Nos enfrentamos a milenios de inhibición...
Cuanto
más nos escondemos, más atraemos la atención hacia aquello que
escondemos.
Este
juego de máscaras parte de una mala comprensión de lo que esta
pasando. Creemos que alguien nos va a juzgar, aplicar normas, y
empezamos presentándonos con la máscara del perfecto espiritualista.
Continuamos operándonos torpemente a nosotros mismos. El Estado está
en nosotros, el cortejo de iniciados está en nosotros, el censor está
en nosotros. Uno puede entonces constatar hasta que punto nuestra práctica
espiritual se convierte, por encima de todo, en una técnica de encierro
más que una abertura a lo desconocido. Y el Estado, los iniciados y el
censor exteriores tendrán aún ventaja, más captación y poder.
Desde
que entramos en contacto con una escuela o una vía, sea la que sea nos
colocamos en el papel de perfecto peregrino o perfecto discípulo, o
perfecto maestro. La cara que mostramos es irreprochable. Del mismo
modo, nos hacemos una idea muy precisa del que transmite. Debe
imperativamente ser así o asá. Sobretodo, ¡ no debe jamás desviarse
de la imagen que proyectamos! Y es así que incluso en ausencia de la
palabra maestro y discípulo, incluso en la ausencia de normas
morales, reconstituimos nuestro pequeño universo espiritual. La prisión
dorada del espíritu. Muros muy altos son alzados, imágenes vienen a
interponerse en la relación, el espacio se reduce cada vez más. Si el
Dragón está vigilando, no tardará en destruir todas estas imágenes.
Por ejemplo, cuando le hablemos de cosas sublimes, él nos devolverá
los pies a la tierra mostrándonos que no cree en nuestras máscaras. O
aún, nos soltará una burla profana, una tontería bien gorda. Porque
si nosotros buscamos escondernos y conformarnos con una ética, el Dragón
es simplemente él mismo. Él se expone naturalmente y no tiene
realmente nada que disimular. Él no se esconde tras una función. Él
es tal cual. Su confianza en sus propios recursos hace inútil cualquier
plan. Él no tiene ninguna misión. Mostrándonos quién es, él nos
muestra lo que somos. Pero, en general, es verdad que al principio de
las relaciones con él, el Dragón puede tal vez carecer de compasión,
obertura y espontaneidad. Somos impresionados y tememos que nuestra
comedia sea puesta en duda. Hay una crispación muy fuerte y muchas
proyecciones. Mientras el despertar se expone en una humanidad de las más
ordinarias, continuamos escondiéndonos en nuestro universo especial.
Tomamos la postura del perfecto iniciado. Nuestro silencio convencional
y nuestra cara estudiada para mostrarnos como si estuviéramos más allá
de las contingencias ordinarias suenan falsos. Nuestra espiritualidad no
es espiritual, es una prisión.
Después
de encontrar a Stephen Jourdain, Gilles Farcet escribió que estaba muy
sorprendido de que existiera un iniciado que fumara tres paquetes de
tabaco al día. Por lo que a mí respecta, lo que encuentro
sorprendente, es que existan buscadores que se sorprendan de cosas así!
Esto demuestra que en alguna parte, hay una prisión sutil que moraliza
y normaliza, en nombre de la espiritualidad... y, para colmo, en nombre
del mismo despertar. Se pretende estar abierto a lo desconocido, pero no
se espera menos que una verdad convencional que corresponda con nuestras
señales!
Tenzin
Chôpel me contó un día ciertas anécdotas sobre Chögyam Trungpa.
Trungpa fue un hombre completamente remarcable que encarnaba el
Despertar con un poder muy extraño. Sin duda Trungpa fue un eminente
representante del budismo tibetano. Su retrato figura siempre al lado
del de Kalou Rinpoché y del Dalai-lama en los centros tibetanos. El no
fue solo un maestro tántrico tibetano de reputación, sino que fundó
igualmente una corriente secular nueva, conocida bajo el nombre de
Aprendizaje Shamballa. Este hombre bebía mucho. Y bebía tanto que murió
de eso. El colmo para aquellos que le seguían fue que nombró como
sucesor a un tal Osel Tenzin, quien era homosexual y seropositivo. No sé
por qué esto fue un escándalo, pero lo fue.
Un
día, Trungpa tubo que hacer una conferencia muy importante ante un
auditorio de lo más respetable. Toda la gente estaba allí desde hacía
dos horas, pero el Señor se hacia esperar. Al final, cuando se dignó a
mostrarse, no fue para hacer un discurso sino para sacar su pene ante
todo el mundo. ¡Hizo su pequeño pipí y regresó rápidamente a su
habitación! ¿Puede imaginarse lo que debió pasar por la cabeza de
todos aquellos que fueron testigos de la escena? De este modo todas sus
estructuras mentales fueron puestas en duda por Trungpa. ¿Qué es el
bien? ¿Qué es el mal? ¿ Qué es lo puro y qué es lo impuro? ¿Qué
es lícito y que es ilícito? Y finalmente, ¿qué es un despertar? ¿Qué
es un sabio? ¿Qué es un mago?
Otro
día, Trungpa cogió un gato por la cola, lo hizo girar y lo tiró tan
fuerte contra un muro que lo mató. Su mujer fue la primera en
sorprenderse: « No lo entiendo. Rinpoche adoraba este gato. Lo ponía
a menudo sobre sus rodillas para acariciarlo. Realmente no lo entiendo
». Pero esto no se hizo para ser comprendido. Los budistas son muy
respetuosos con la vida humana y animal. Consideran el alcohol como uno
de los cinco venenos que impiden toda posibilidad de despertar, por lo
tanto, Trungpa hizo explotar todo esto. Y no sólo en esta tradición
encontraremos locos-sabios.
Pero
esto no quiere decir que haciéndolo todo y no importa qué
nosotros tendremos el aspecto de una sabiduría o de un loco poseído
por los Dioses. ¡ Ni mucho menos! Como Simeón Slos, Drukpa Kunley, o
cualquier otro Trikster, Trungpa no fue un principiante ordinario sin
calificaciones. Fue un hombre enteramente librado al Despertar, alguien
que había traspasado la atracción y la aversión por un trabajo
extraordinariamente difícil.
Es
porque la ética espiritual carece, tal vez demasiado cruelmente, de
compasión, que los locos divinos son valiosos aliados del despertar,
sobretodo en nuestra época. Aún hoy en día, las opiniones de la
iglesia sobre la masturbación, el divorcio, el casamiento de los
sacerdotes o la homosexualidad no tienen en cuenta las realidades psicológicas
y provocan catástrofes humanas. Tienen una compasión estúpida, llena
de juicios condicionados. No sólo su base es variable en el espacio y
el tiempo, autorizando durante tal o cual siglo lo que prohíben después,
sino que además son extremadamente hipócritas y déspotas. ¡Esta
moral impuesta desde el exterior con autoritarismo resulta muy inmoral!
Yo
no puedo decir que tal o cual comportamiento es lícito o no. ¡Esto es
una cuestión de cada uno! La Iglesia condena el aborto porque, según
ella, hace falta respetar la vida del feto que es una persona. Pero al
mismo tiempo autoriza el aborto de las religiosas violadas que se quedan
embarazadas. Esto demuestra realmente que no hay otra moral que la de
cada uno. La autoridad moral de la Iglesia está atormentada por sus
propias contradicciones. ¡Es humano! En este tema, todo es relativo.
Las elecciones sólo pueden venir de nosotros y dependen de cada
persona. ¿Con qué derecho podría yo decir: « haz esto y no hagas
lo otro ”? Cada uno es lo suficientemente mayor como para saber
que tiene que hacer. Y, por poco que nos guste, siempre sabremos
discernir lo que es bueno. Incluso las Escrituras no pueden ayudarnos a
definir un código de conducta, puesto que podemos hacerles decir todo
aquello que queramos. Sólo el Espíritu, el Aliento, puede disolver los
velos de la parcialidad orientándonos hacia un Amor que traspase
nuestras atracciones y repulsiones personales.
La
compasión, el reconocimiento subyacente de esta actitud de no-juicio no
debe hacernos irresponsables y justificar todo tipo de cosas. Hitler
mismo creía que estaba del lado bueno. El se creyó salvador de la
humanidad. Las cámaras de gas eran para él un símbolo de su filantropía.
¡Lo subjetivos que llegamos a ser y lo parcial que es nuestra moral!
Es
inútil abrumar a los católicos, incluso a aquellos que nos abruman a
nosotros; ellos hacen lo que nosotros hacemos en diversos grados. ¡Será
igual de ingenuo creer que es diferente en otras religiones y otras
iglesias! Si se observa atentamente los miles de espirituales se
constata que las opiniones espirituales impiden a menudo las aperturas
del corazón. ¡Se habla de compasión, pero ! que miseria !
Entonces
nos sentimos obligados a escondernos. Es un hábito que viene de nuestra
infancia y que proyectamos aún en nuestro caminar interior. Un buen
espiritualista no debe girarse hacia las muchachas hermosas! No debe
chillar insultos cuando ronda por las calles de Lyón! E incluso nuestro
pasado nos molesta « No, es posible que el despertar me rellene,
porque yo soy así o asá, porque en el pasado yo había jugado a médicos
con mi prima, con mi primo, yo engañé a mi mujer con otra, yo mentí a
todo el mundo... » El Dios o la Diosa o el Buda no quieren perdonárnoslo.
El Dragón nos hace saber que sea la que sea nuestra historia personal,
nuestros defectos y líneas de carácter, nosotros estamos en su camada
-por poco que tengamos el sentido interno, no queremos creer en él-,
puesto que allí dónde el Dragón nos ama, nosotros no hacemos otra
cosa que detestarnos y odiarnos. Todo esto nos obliga a crear el
personaje espiritual o iniciático, sus silencios estudiados, sus
palabras previsibles... y sus vergonzosos secretos. Pero este buen
espiritualista es, prestando atención, un juez espantoso. ¡Si eres
carnívoro y él es vegetariano, cuidado contigo! Todo esto es
extremadamente hipócrita y mezquino. Lo espiritual se convierte
en nuestro instrumento de tortura. Contra nosotros mismos, contra los
demás, contra el mundo.
«
No pecar, ¿qué es esto? No te interrogues demasiado tiempo. ¡ Sal de
tu casa ! Son las flores mudas quienes te lo dirán ».
A.SILESIUS
(©)
CEH, 1995, extraído de "Souffle du Dragon ", Jean Luc Colnot.