

Los
Lugares de Poder
por
Hôte-cerf
Ellos
nos vuelven más fuertes, más auténticos, más libres. Nos impulsan a
un universo fuera del tiempo, renovando el vigor a nuestras energías
sutiles. Los lugares de poder se extienden por toda la tierra, en toda
la naturaleza. Tal orilla de la playa, tal claro, tal pico rocoso...
refuerzan el poder del círculo, este cuerpo energético que el mago
llama « huevo luminoso », el aura.
El círculo mágico, la esfera aural de los brujos es el punto de
encuentro entre lo externo y lo interno, el campo de interconexión
entre el microcosmos y el macrocosmos. Los lugares de poder parecen
ponerlo en movimiento de una manera singular, provocando ciertas
resonancias, poniendo en relieve ciertos estados del espíritu propicios
a la magia.
Todos los brujos tienen, en la naturaleza, un lugar que les está
reservado, un lugar del que son el espíritu y que les hace más
sensibles, más cercanos al mundo mágico, un espacio que parece estar
hecho para ellos y les corresponde perfectamente. Así como el zorro
tiene su madriguera y el cernícalo su nido, el brujo tiene su lugar de
poder.
Ciertos de estos lugares son tan poderosos que pueblos enteros podrían
reconocerse en ellos. Uno encuentra los lugares de poder en estado
salvaje, puros e intactos, en los lugares más recónditos de la
naturaleza. Algunas veces el hombre ha reafirmado su presencia
levantando en estos lugares espléndidos monumentos culturales. Otras
veces, estos lugares permanecen en secreto, y nada los distingue de
otros emplazamientos.
Como encontrar estos lugares de poder que son puertas hacia los mundos
olvidados del brujo? El lugar de poder externo es el punto de
coincidencia con el lugar interno, ese lugar de nosotros mismos rico en
todas posibilidades y desencadenador de las fuerzas interiores. Puesto
que encontrar el lugar de fuera es encontrar también el de dentro.
Nada influencia antes el estado de nuestro espíritu que la suma de las
vibraciones que componen la atmósfera en la que vivimos. Las personas
más alejadas de ellas mismas, por regla general, desarrollan su
existencia en u ambiente que no les pertenece y con el cuál les es
difícil de sincronizar. Estas personas no han encontrado aún un lugar
de poder y por esto, sea lo que sea lo que hagan, tendrán la impresión
de vivirlo al margen de ellas mismas, a la búsqueda de una parte
perdida de su ser, faltas de ellas mismas.
Subir una pirámide, permanecer una tarde en el silencio de una catedral
( que importa nuestra confesión !), dormir en la cumbre del pico
Montségur, meditar largamente en la gruta càtara de Ussat, permanecer
sin pensar, escuchando el murmuro de la fuente milagrosa que se
escapa de un anciano lugar de culto de la diosa negra... antes de buscar
el propio lugar de poder, puede ser interesante visitar antes estos
enclaves mágicos consagrados por las tradiciones
mágico-religiosas. No para retirar ninguna cosa en absoluto de
estos lugares, sino porque estas visitas, con el corazón abierto y la
sensibilidad despierta, constituyen un excelente entrenamiento para
habituarse a sintonizar con los mensajes secretos que la naturaleza ha
depositado en ellos. Es curioso, por otra parte, remarcar que estos
lugares han sido ocupados sucesivamente por diferentes religiones. Como
si los « videntes » de estas religiones hubieran sentido la
misma cosa acerca de las potencialidades de estos lugares de
poder.
Las explicaciones importan poco aquí. ¿Reencuentro de energías
telúricas? ¿Puentes fluidos entre cielo y tierra? ¿Ondas de formas
naturales? ¿Lo importante no es que el cuerpo y el espíritu
reaccionen a este poder?
Los brujos dicen que nuestro propio lugar de poder nos llama
continuamente, pero que el espíritu « racional » cierra
igualmente el paso a estas llamadas. Es por esto que estamos a menudo
cerrados en las zonas más recónditas de nuestro ser, teniendo la
sensación de evolucionar a ciegas. Encontrar el hilo de Ariadna que nos
llevará al verdadero lugar de nosotros mismos... el día en que lo
reencontremos será EL día mágico.
Nos hemos alejado tanto de la naturaleza que hemos perdido
el lenguaje con el que ella nos habla. A causa de esto, cuando el indio
yaqui Don Juan obliga a Castaneda a encontrar « su propio
lugar » con los ojos cerrados, el lector occidental tiende a
considerar este parágrafo de las enseñanzas de Don Juan como una
fantasía del autor más que una narración fiel de lo que éste
ha vivido.
Por lo tanto, sólo puede VER aquel que no teme la noche. Sólo puede
ver aquel que acepta sumergirse allí donde no sabe, allí donde no ve,
allí donde no entiende, allí donde el no tiene un como ni un porqué.
Lo DESCONOCIDO. Hacer callar la actividad del pensamiento y de la
razón, despertar el instinto, la animalidad del brujo...
Para escuchar profundamente la fuerza de un lugar, los brujos aseguran
que antes de extasiarse por su probable belleza, es necesario cerrar los
ojos del cuerpo para abrir los del instinto. Dicho de otro modo, aquel
que escucha « el espíritu del lugar » esta más atento a
las sensaciones que a los pensamientos. Lo que el cuerpo siente en el
lugar en el que se encuentra es más importante que lo que lo mental
cree haber descubierto en los meandros de su discurso.
Escuchar el mensaje de la Tierra, esto es aprender a mirar con una
cierta distancia – en ocasiones próxima al olvido – todo lo que nos
han enseñado en la escuela, a través de las palabras, sobre la
naturaleza. Puesto que detrás de estas visiones mecanicistas del
universo, la Tierra es un ser viviente que se alimenta principalmente de
magia y entra en resonancia con nosotros a través de la magia.
La concepción de la Tierra como ser viviente no data de hoy en día.
Ella no es ni mucho menos, la exclusividad del movimiento Gaia que se ha
manifestado en la corriente, un poco ramificada, de la New Age. Es, al
contrario, una idea tradicional muy extendida en numerosas culturas
antiguas como las de la América precolombina y de la China. Los sutiles
relaciones entre estos dos campos energéticos que son el hombre y su
lugar natural se expresan magistralmente en los « haïkus »
de los poetas japoneses. No es el poeta quien habla, sino la misma
naturaleza. La misma atmósfera se desprende de los paisajes de la
pintura china. Cada copo de nieve, cada pico montañoso evocan
directamente un cierto estado de ánimo, parecido al que nosotros
sentimos en el lugar de poder: la fusión con el paisaje es total y uno
encuentra esto en los taoístas, los mayas y en todas las corrientes
espirituales naturales. La brujería es un hermoso ejemplo de
esto.
De acuerdo con esta concepción, o más bien de esta VISION muy anciana,
la Tierra no es solo un ser viviente, sino que dispone igualmente
de un sistema nervioso en relación con su cuerpo magnético, el
cuál está proveído de nudos de concentración de energía parecidos a
los puntos de acupuntura que se encuentran en el ser humano. Circulando
entre nudos existe una fuerza sutil, pero perceptible para los brujos
que se han convertido en sensibles. Los chinos como los celtas
representaban esta energía con una serpiente o dragón. Los chinos
calificaban estas líneas de fuerza que corrían por toda la faz de la
tierra de « corriente-dragón ». Ellos dividían esta fuerza
en dos partes Yin y Yang, negativo (lo que no quiere decir malvado) y
positivo. Ellos las representaban con un tigre blanco y un dragón azul,
símbolos parecidos al jaguar Tezcatlipoca y a la serpiente emplumada
Quetzalcoatl de las culturas mejicanas.
El Yang, la corriente masculina, corre a lo largo de las cadenas
montañosas y las colinas. El Yin, femenino, esta en relación con los
valles, las riberas y los circuitos subterráneos. La « corriente
dragón » es un fluido natural portador de Luz astral, y por lo
tanto, vector de magia. Es curativo, vitalizante, y dilatador de la
conciencia.
Poco preocupados por los prejuicios racionalistas de nuestra cultura
contemporánea, los chinos como los mejicanos y los brujos de todas las
culturas han aprendido a descubrir los lugares donde esta corriente
vital de la Madre es más intensa. Simplemente a través de una
experiencia muy directa, escuchando lo que estos lugares
« dicen » no sólo a su conciencia, sino también a su piel,
a su carne, a sus huesos y a su corazón. Por esto prefieren a menudo ir
desnudos, para que nada los separe de estas energías sutiles a la vez
que poderosas. Los brujos consideran que cada lugar en este mundo
pertenece a un espíritu particular; por esto, antes de entrar en un
lugar determinado, ellos piden el permiso para entrar, ritualmente, al
« Señor de los lugares ». De este modo los brujos tienen el
buen sentido de « personalizar » las fuerzas inefables de la
naturaleza con el fin de poder dialogar mejor con ellas.
De acuerdo con esta sabiduría bruja, para encontrar nuestro propio
lugar de poder, debemos sentirnos ni muy despiertos ni demasiado
dormidos, en ese estado crepuscular del espíritu en el que florecen las
imágenes oníricas, las precogniciones y las impresiones de « dejà
vu »...
Pero el lugar de poder no es sólo un paisaje físico ; es también
un paisaje del alma, o, lo que es lo mismo, la reconstrucción de un
momento de plenitud en relación directa con un paisaje, sueño o
vivencia. Nosotros sentimos que nuestro espíritu se abre allí hasta
englobar la totalidad del mundo.
Si nosotros buscamos en nuestra memoria, tenemos todos el recuerdo de un
día en el que, en un lugar muy preciso, sobrevino el milagro de la
felicidad inmensa, sin ninguna razón. Acordarse de esto, es decir,
traerlo de nuevo a la presencia vivida del corazón, es también una
manera excelente de reencontrarnos en nuestro lugar de poder, incluso
cuando nos sea imposible reencontrarlo físicamente. Revivir esto
interiormente, es atraer la fuerza de la
« corriente-dragón » y reencontrarnos en ella. Nuestro
corazón, el aliento mágico y secreto de nuestra vida, es habitualmente
adormecido por la rutina cotidiana. Pero evocaciones de este tipo pueden
ayudar enormemente a despertarlo.
Así acabaremos encontrando el lugar-espejo que nos devuelve la imagen
de nuestra verdadera faz. A fin de cuentas, e incluso si los lugares del
mundo lo reflejan, no hay un lugar de poder más poderoso que el
corazón encendido de los brujos.
©
Jean-Luc Colnot, octubre 2000

